σπερ γαρ τα των νυκτερδων μματα προς το φγγος χει το μεθ’ μραν, οτω και της μετρας ψυχης νους προς τα τ φσει φανερτατα πντων.

“Ciertamente, del mismo modo en que se encuentran los ojos del murciélago ante la luz del día, así se encuentra el entendimiento de nuestra alma ante las cosas más evidentes de todas por naturaleza.”

(Met. 993b 9-11)

jueves, 16 de octubre de 2014

Programa VIII: 22/12/11 LA MUERTE II. Filosofía

Antes de comenzar, dos anécdotas:

Solón, uno de los siete sabios de la antigua Grecia, lloraba la muerte de su hijo. Un amigo se acerca y le dice:
«¿Por qué lloras, si sabes que es inútil?»
«Por eso, contestó Solón. Porque sé que es inútil.»
Porque cuanto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza. Quién está triste, se olvida de la soberbia, se ensimisma, piensa. La tristeza es hija y madre de la meditación.

Otra anécdota: cuando el filósofo Anaxágoras recibe la noticia de la muerte de su hijo; el filósofo respondió:
«Sabía que no lo había engendrado inmortal»

Desde la filosofía, ya Heráclito decía algo así: “Inmortales mortales, mortales inmortales, viviendo la muerte de aquello, viviendo la vida de aquello”. No por nada le decían el oscuro de Éfeso. Le habla a quienes son mortales e inmortales al mismo tiempo: el hombre; para decirle que hay algo de ellos que vive en la medida en que algo de ellos muere. A medida que el cuerpo va muriendo, el alma va tomando más vigor, se va haciendo más sabia, va viviendo más.

Para Sócrates, la vida virtuosa era ya un premio. Por lo tanto no era tan necesario un más allá de justicia, donde los malos sean castigados y los buenos recompensados; cosa tan contraria a lo que vemos en la vida cotidiana. Él decía que la simple vida vivida en la filosofía y en la virtud era una recompensa en sí misma.
La Apología de Sócrates cuenta el juicio en el que se condena a Sócrates. Luego de que el tribunal encontrara culpable a Sócrates, debe decidirse el castigo. Los acusadores proponen la muerte del filósofo. Éste, propone a su vez, ser mantenido por la ciudad en un cargo de honor. Al fin se decide la muerte del filósofo.
A continuación, Sócrates habla sólo a un grupo, al que él llama jueces, los verdaderos jueces:
“La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de este lugar de aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño, como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa. Pues si alguien, tomando la noche en la que ha dormido de tal manera que no ha visto nada en sueños y comparando con esta noche las demás noches y días de su vida, tuviera que reflexionar y decir cuántos días y noches ha vivido en su vida mejor y más agradablemente que esta noche, creo que todos encontraría fácilmente contables estas noches comparándolas con los otros días y noches.
Si la muerte es algo así, digo que es una ganancia, pues la totalidad del tiempo no resulta ser más que una sola noche. Si, por otra parte, la muerte es como emigrar de aquí a otro lugar y es verdad, como se dice, que allí están todos los que han muerto, ¿qué bien habría mayor que éste, jueces? Pues llegar uno al Hades y dialogar allí con todos los que ya murieron, estar en su compañía, sería el colmo de felicidad. En todo caso, allí no se puede condenar a muerte.
Pero es ya hora de marcharnos, yo a morir y ustedes a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios.”

Platón, el discípulo de Sócrates, defiende la inmortalidad del alma en el Fedón, que es el diálogo que cuenta la muerte de Sócrates. Defiende que alma pre-existe al cuerpo y sobrevive después de la muerte. Sócrates, antes de beber el veneno discute con Simmias y Cebes acerca de la posibilidad de que el alma siga existiendo.

Aristóteles, el discípulo de Platón, decía que en realidad, el hombre es el compuesto de alma y cuerpo; que no son dos sustancias separadas, como decía Platón, sino dos co-principios presentes en una misma cosa. Si deja de existir un principio, deja de existir su co-principio. Si cuerpo y alma se separan, ya no son más cuerpo y alma. El cuerpo muerto no es cuerpo, es cadáver, es otra cosa.

Para Epicuro es más fácil. La muerte es la ausencia de vida y el hombre es un ser vivo. Entonces, no tiene sentido temer a la muerte. Cuando el hombre está porque está vivo, la muerte no está. Y cuando está la muerte, el hombre ya no está.

Boecio, un amigo de este programa, recibe en la cárcel la visita de la Filosofía, que lo va a consolar en los últimos momentos antes de recibir su ejecución. Entre otras cosas, llegan a ver la facilidad con la que se puede matar a un hombre. Basta un solo gusano para terminar con su vida.

Para Heidegger, en el siglo XX, el hombre es un ser-para-la-muerte, un ser que muere. Vivir es morir. Los vivos estamos porque todavía no morimos. Esta angustia se enfrenta aceptando que todo es nada y vamos hacia ahí.

Para Sartre, la vida es absurda. Es absurdo que hayamos nacido, es absurdo que muramos. La vida es una pasión inútil. Todo existente nace sin razón, se desarrolla por debilidad y muere por azar. Es un hecho contingente al que no vale la pena dedicarle tiempo.

Por último, dice Bendicto XVI: En presencia de la muerte es inevitable preguntarse por el sentido de la vida. En la antigüedad, el filósofo era el que sabía enseñar el arte esencial: el arte de ser hombre de manera recta, el arte de vivir y de morir. El auténtico filósofo era el que sabía indicar verdaderamente el camino de la vida.
Cuando hablamos de vida eterna, ¿De verdad queremos esto, vivir eternamente? Seguir viviendo para siempre parece más una condena que un don. Ciertamente se querría aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final, insoportable. Dice San Agustín: “pensándolo bien, no sabemos en absoluto lo que deseamos, lo que quisiéramos concretamente”.
Dice, también, San Pablo: “no sabemos pedir lo que nos conviene”.

Lo único que sabemos, es que no es esto. Hay en nosotros una sabia ignorancia. No sabemos lo que queremos, no conocemos la verdadera vida que deseamos, pero esperamos por el sólo hecho de que alguien nos la prometió.

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