Decíamos que lo que vamos a buscar es la esencia del argentino. La
identidad argentina. No tenemos ninguna seguridad de que la vayamos a
encontrar. Pero vale la pena el intento. Tal vez la filosofía sea simplemente
este intento. Como decía Aristóteles, lo importante no es la meta, sino el
camino mismo.
La filosofía se nos presenta como un remedio contra el macaneo. A lo mejor
podemos zafar del macaneo con el ejercicio del pensamiento. No solamente es
algo simpático y cotidiano. Es importante y urgente.
El mejor modo de matar un árbol, es destruyendo sus raíces. Para conocer
bien el árbol, hay que conocer las raíces. Pero las raíces no están a la vista.
Hay que escarbar un poco para llegar a las raíces. Eso es la filosofía. Una
búsqueda que no se queda en lo superficial. Una búsqueda que va hacia lo más
hondo...
Cuando el Principito llega a la tierra, uno de los primeros personajes que
encuentra es una flor. Cuando le pregunta por los hombres, la flor le responde
que no se sabe nunca dónde encontrarlos. El viento los lleva. No tienen raíces.
Les molesta mucho el no tenerlas.
Hay que buscar nuestras propias raíces. Qué es lo que somos se manifiesta
en nuestras raíces. Si las tenemos bien fuertes y profundas, es muy difícil que
el viento nos tumbe. Pero si nuestra raíz anda por arribita no más, la más leve
brisa nos va cambiando de lugar.
En nuestras raíces se encuentran el gauchismo y el aborigen, el inmigrante,
el ciudadano y el campesino, el criollo de la llanura, del litoral, de la pampa
inconmensurable, del monte chaqueño, del calor de Santiago y de los vientos
sempiternos de la Patagonia, los viñedos de San Juan y Mendoza, Salta, los
Chalcaleros, los Nocheros, la Mona Giménez y Les Luthiers, el mate, la cerveza
y el tereré, la taba, el sapo y el fulbito.
Tal vez, la argentinidad sea el encuentro armonioso de todo esto. No el
pastiche, sino la armonía. Como el Fernet, que lleva un montón de hierbas, pero
armonizadas, mezcladas, decantadas. Tal vez nos falte decantar un poco más...
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